miércoles, 25 de junio de 2014

Big Bang

Hace mucho tiempo, en la oscuridad, en el fuego y en la miseria me encontraba a mí mismo, bueno, me engañaba con esa idea. Caminaba por un pasillo abarrotado, con olor a plomo y sabor a hielo. Los demás deambulaban, no había lugar para la pulcra y sencilla escarcha, todo estaba martilleado. ¿Qué podía hacer, esperar, o querer?
En cada esquina encontraba luminosas respuestas, las cuales se ocultaban en el más llamativo de los neones callejeros. Podía agarrar esa tabla de salvación con fuerza, y tratar de remar hacia mi futuro (tan desconocido), o hacia mi más honda miseria.
Con los días me hacía más turbio, poco a poco, sin ser capaz de agujerear la triste presa que ralentizaba la corriente de mi yo. Había caído en un pozo, que a su vez era un bucle, ya que yo mismo trataba de pescarme, pero no era capaz de coger el anzuelo. Estaba tan solo en esa lluvia de gente... lluvia ácida pensaba, pero no, lo ácido era el telón teatral que nos encadenaba a la nada.
Inocente, y como yo muchos compañeros, pues con el tiempo creímos en simbolismos sin simbología. Estos llegaban desde lugares parecidos a los nuestros, y soñábamos, ¿con qué?, con dibujos basados en esos símbolos vacíos; no eramos nada. 
El carbón de mi interior quemaba mis pensamientos, los cuales me decían que no había empezado a nacer, ni siquiera a respirar, y sobretodo, que no podía engañarme más. El éxito estaba lejos de los valores numéricos elevados, es más, todo lo estaba, sólo encontraba decisión. Así debía arriesgar, porque la mayor guerra se libraría en mi interior, y para ganarla no podía dejar que la presión de ese turbulento océano me aplastara. Encontrar mi camino era mi salvación, y sobretodo, encontrarlo entre la inmensidad de la jungla. Estábamos yo y todo lo demás... y con el tiempo brotó algo en pleno desierto, la esperanza, el individuo; por fin había nacido.

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